martes, 29 de marzo de 2011

Versiones de clásicos musicales


Cada día hay un nuevo descubrimiento. De tanto cantar y cantar las canciones que le gustan ya casi se aburre. Se pasa tantos ratos cantando mientras hace otras cosas que, para no perder la diversión, ahora ha encontrado un juego nuevo con el que ella sola no para de reír. Hay veces que le viene que ni pintada la definición de “esa loca bajita” que diría Serrat. Le gusta cambiar las letras a las canciones conservando la melodía. A veces utiliza frases sin sentido con lo que la canción casi es irreconocible y otras veces son pequeñas modificaciones que conforman una nueva versión, por lo que se ve más cómica . Un ejemplo “Pimpón es un muñeco, muy feo y juguetón… Pimpón se va al sofá y se pone a saltar”.

viernes, 11 de marzo de 2011

La escena del supermercado

Ya lo hemos vivido, si. Sabía que la famosa escena de “niño que agarra una rabieta en el supermercado” no era una leyenda urbana porque no sólo había escuchado hablar de ella en infinidad de ocasiones sino que además yo misma, con estos mis ojos, la he visto alguna vez.

Pues el caso es que nosotros ya hemos superado la primera, y creo que con éxito, si es que ante una situación así se puede hablar en estos términos. Ocurrió el otro día cuando fuimos al supermercado de un centro comercial. Todo transcurría con normalidad, viendo a los animales de la tienda de la entrada durante largo rato, agarrando un carrito pequeño y dejándoselo llevar a Teresa, recorriendo pasillos hasta dar con los pañales, ella pidiéndome que los lleve yo para que no le pese el carro… Todo lo habitual hasta que llegamos a un pasillo repleto de zapatitos que en esta ocasión además eran de color rosa fucsia. Si unimos zapatos, algo que le encanta, con color rosa, su favorito, la atracción está asegurada, aunque yo no consiga entender qué extraña seducción ejerce sobre ella este color.

Teresa me pide inmediatamente probarse unos y cuando me doy cuenta ya se había quitado los zapatos. Así que accedo, y ya tenía ella unos en la mano preparados, un número 26 por lo menos. Se los coloco y le digo que le quedan grandes, ya quiere llevárselos puestos. Le digo que no puede que le están grandes, dice que no, insiste y se levanta para caminar con ellos, la siento y se los quito, se pone a llorar. Intento ponerle sus zapatos y llora con más fuerza además de resistirse y moverse levantarse y correr. La dejo descalza mientras busco algunos que sean de su número, dudo y no sé si esto sería muy recomendable. Vuelve, se sienta, coge otros zapatos y grita ¡Estos sí, mamá!, se los intenta poner, no son su número, (¡NO HAY SU NÚMERO!).

Intento salir de ese pasillo como sea, ella viene detrás llorando, yo le explico que no hay su número que son todos grandes, insiste llorando, ya es consciente de que se va sin los zapatos. Le digo que veremos los juguetes (segundo error) aunque sigue llorando todo el rato. Por fin llegamos y se anima. Ve una moto, de plástico, dos ruedas, muy bajita. Me pide que la suba y así lo hago (¿tercer error?). Está encantada, se mueve libremente porque llega con facilidad al suelo y recorre los pasillos. Llega la hora de irnos y no hay manera de que suelte la moto. De nuevo llantos, y más llantos. Le digo que no es suya y me suplica ¡págala! (¿cuándo ha aprendido esto?). Le digo que es sólo para regalos. A estas alturas mi sobrino, de 7 años, que viene con nosotras, se tapa la cara porque no puede aguantar la risa. Él también intercede, intenta convencerla sin éxito y decidimos ir hablándole mientras damos pasitos en dirección a una caja, pero Teresa no deja de llorar. Por el camino corre hasta el pasillo de los zapatos de nuevo. Aquí ya no podemos hacer nada, la cojo y llegamos hasta la caja. Llora con más fuerza mientras mi sobrino le dice que compraremos chicles (A Teresa le encanta masticarlos, aunque los tira en cinco segundos). Ella sigue llorando mientras yo intento pagar. Cuando Teresa ve que casi estamos dejando la caja deja de llorar y pregunta ¿mamá, pompas chicles? , con la voz más dulce que le he escuchado jamás. Le digo que sí, que cada uno puede elegir un paquete y salen los dos sonrientes y contentos. Aquí no ha pasado nada.

miércoles, 9 de marzo de 2011

9 de marzo

No es ninguna sorpresa a estas alturas decir que la maternidad cambió mi vida y la forma de ver y entender el mundo. Sin embargo no quería dejar pasar la oportunidad de añadir algo más a lo que ya publiqué ayer con motivo del Día Internacional de la Mujer, porque aunque plasmé muchas de las cosas que pienso, no quiero que parezca que mi postura en este tema es una cuestión de mirarme el ombligo. Así que hoy quiero mostrar un poema de Gioconda Belli que me parece muy apropiado.

"Queremos flores"

Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres,
¡Qué poco es un solo día, hermanas,
qué poco, para que el mundo acumule flores frente a nuestras casas!
De la cuna donde nacimos hasta la tumba donde dormiremos
-toda la atropellada ruta de nuestras vidas-
deberían pavimentar de flores para celebrarnos.
Queremos flores de los que no se alegraron cuando nacimos hembras
en vez de machos,
Queremos flores de los que nos cortaron el clítoris
Y de los que nos vendaron los pies
Queremos flores de quienes no nos mandaron al colegio para que cuidáramos a los hermanos y ayudáramos en la cocina
Flores del que se metió en la cama de noche y nos tapó la boca para violarnos mientras nuestra madre dormía
Queremos flores del que nos pagó menos por el trabajo más pesado
Y del que nos corrió cuando se dio cuenta que estábamos embarazadas
Queremos flores del que nos condenó a muerte forzándonos a parir
a riesgo de nuestras vidas
Queremos flores del que se protege del mal pensamiento
obligándonos al velo y a cubrirnos el cuerpo
Del que nos prohíbe salir a la calle sin un hombre que nos escolte
Queremos flores de los que nos quemaron por brujas
Y nos encerraron por locas
Flores del que nos pega, del que se emborracha
Del que se bebe irredento el pago de la comida del mes
Queremos flores de las que intrigan y levantan falsos
Flores de las que se ensañan contra sus hijas, sus madres y sus nueras
Y albergan ponzoña en su corazón para las de su mismo género

Tantas flores serían necesarias para secar los húmedos pantanos
donde el agua de nuestros ojos se hace lodo;
arenas movedizas tragándonos y escupiéndonos,
de las que tenaces, una a una, tendremos que surgir.

Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres.
Queremos flores hoy. Cuánto nos corresponde.
El jardín del que nos expulsaron.

martes, 8 de marzo de 2011

8 de marzo

En el Día Internacional de la Mujer no tengo tiempo para escribir una entrada que me gustaría, sino que me tengo que conformar con esto que se puede definir como una lista de quejas en voz alta, no llegan a reivindicaciones.

- Voy con la lengua fuera y a marchas forzadas en el trabajo, algo que, desde luego, no lo convierte en una fuente de realización personal.

- Soy una de esas mujeres que engrosan las estadísticas que reflejan que a pesar de ser mayoría en mi profesión, los cargos directivos están copados por hombres que en su mayoría (con perdón) se tocan los huevos.

- Pienso que nos han vendido la moto de la liberación de la mujer porque no tiene mucho sentido ocupar unos espacios para dejar vacíos otros. Hoy he escuchado varios manifiestos de asociaciones de mujeres en los que el titular más destacado sería la plena igualdad de derechos en ambientes laborales, pero, ¿no sería más justo reivindicar una serie de condiciones para que toda aquella mujer que desee incorporarse al mercado laboral no tenga que renunciar a una vida familiar? ¿Estamos luchando por algo desnaturalizado o es sólo impresión mía?

- En nuestro país la única forma que se les ocurre a nuestros dirigentes de vender un mensaje de igualdad en este día es la promesa de ampliar el número de guarderías, algo que resulta más barato que ampliar los permisos de maternidad y supongo que pronto pedirán como condición para acceder a una plaza demostrar que no se tienen abuelos, que sale todavía más económico.

Diría algunas cosas más, pero no tengo tiempo. Feliz Día.

jueves, 3 de marzo de 2011

Una gran pérdida

Hemos perdido a Lola, la muñeca fea de Teresa. Se perdió una mañana que Teresa la sacó a pasear en su cochecito y fue hasta el parque con el abuelo. Como cada mañana la sentó en uno de los bancos del parque y entre tobogán y columpios a la vuelta no estaba Lola. Teresa apenas es consciente todavía de la pérdida, seguro que cree que está en la otra casa, pero a mí la pena me invade.

Estoy convencida de que en algún momento Teresa la reclamará con insistencia y la echará de menos, tanto como yo. Su cabecita calva, su andrajoso pijama de rayas, su risita o su llanto, sus paseos diarios con Teresa, sus conversaciones y juegos, sus noches en nuestra cama…

Pero no, no me resigno a esta pérdida, y voy a buscar otra Lola. Quizá no sea la mejor opción, quizá debería aprovechar la ocasión para demostrar a Teresa que hay que ser más cuidadosos con las cosas que apreciamos y que de lo contrario ahí están las consecuencias, pero me resisto. Es demasiado doloroso para mí así que no quiero ni imaginar lo que puede suponer para ella. Recorreré las tiendas en busca de Lola, al fin y al cabo era una muñeca muy común, y con suerte la tendremos en casa sin que Teresa se percate del desastre. Pero aun así no puedo evitar pensar en la pequeña Lola, vagando por algún lugar, pasando alguna noche a la intemperie. Me consuelo imaginando que habrá sido acogida por algún niño que ahora estará cuidándola mucho y haciéndola la reina de sus juegos.